sábado, 21 de mayo de 2011

Y cientos más.

Y de repente me sentí feliz.

Éramos tres; ella, la de siempre, él, un conocido de los últimos nueve meses, y yo, la más ilusionada. Poco a poco nos habíamos ido haciendo amigos, cada vez más, quizás gracias a esas múltiples fiestas nocturnas por la capital a las que tanto nos habíamos aficionado. En invierno, con guantes, bufanda y gorros de lana, o en primavera, en bermudas, sandalias y con una buena temperatura ambiente.

Ellos y yo. Y cientos más. Allí. Juntos. Sonaba música, daba igual si era La Cabra Mecánica, Cristina Pato o todo el Obradoiro cantanto "a saia da carolina" al unísono, el caso era pasar lo mejor posible aquella noche en la que el frío ya se hacía notar.

Era eso, estoy segura, la unidad, la satisfacción y las ganas de gritar. La madrugada avanzaba y algunos decidían irse, por voluntad u obligados, como nosotros, pero en cambio otros lo tenían claro, había que quedarse. Y allí se quedaron, haciendo fuerza, abrazados, sobre colchones, dándose calor, al pie de la catedral que alberga mil y una historia, añadiendo una más.

 "Mañana tal vez tenga que sentarme junto a mis hijos y decirles que fuimos derrotados, que no supimos como hacer para ganar. Pero no podría mirarlos a los ojos y decirles que ellos viven así porque yo no me animé a luchar."

No hay comentarios:

Publicar un comentario