Habían pasado ya
veintiuna primaveras desde lo que muchos recuerdan como el año del “naranjito”.
Nadie me dijo entonces que los otoños podían llegar a ser como las primaveras.
Mi otoño veintiuno habría de ser uno de ellos.
El verano acababa y se
daba paso al mes de los “volver a empezar”, al mes de los libra, al tiempo de castañas y a los “cambio de
armario”. El otoño llegaba con sus hojas caídas convertidas al color café.
Estaba algo nerviosa, es
posible que la noche anterior no conciliase el sueño profundo. Siempre impone
enfrentarse a nuevas situaciones. El reloj marcaba ya algo más de las 9:30 a.m.
cuando nos conocimos. No recuerdo cuál fue mi primer pensamiento, pero si cuál
fue la primera sensación. Esas inocentes sonrisas lo decían todo. Aquella
experiencia estaba destinada a quedarse en mi memoria para siempre.
En esta sociedad que a
veces parece perder el rumbo, que personajes con apenas siete años de vida pitasen de color
mi otoño veintiuno, ha sido estupendo.
¿Y qué decir de esa
persona que os prepara para la vida del mañana? Un otoño sin verano, invierno ni
primavera no sería un otoño. Y como es de bien nacidos ser agradecidos, gracias por todo lo que me has enseñado.
Seguramente, ahora mismo no
entendáis muchas de las cosas que aquí os cuento. Para cuando lo hagáis, yo
seguiré acordándome de esos niños y niñas que pintaron el arcoiris al otoño de 2013.
No dejéis nunca que nadie
apague vuestra risa.
A.
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