“Cuanto más se quiere, más te
enfadas”, escuché un día. Esto será lo mismo, pensé, si no se quisieran se
irían a resolver el mundo tomando un chato, y no era el caso. Seguramente si le
preguntamos a nuestros sabios abuelos ese sería su sabio consejo, pero los
chatos han pasado de moda, ahora se llevan los cafés a la americana; uno con
leche para llevar, por favor.
Los cafés se toman en mesa redonda,
de toda la vida, y se habla mientras se enfrían, y se toman calientes mientras se
habla. Entonces me pregunto qué podrán tener en común dos personas que se
quieren, se enfadan y toman café en mesa redonda. Como la moda es el postureo, muchos dirían que lo único en
común es la instafoto, pero haciendo
alarde del optimismo que tanto reclaman los malos tiempos, seguramente exista
una respuesta mejor.
El amor que se profanan dos personas
sentadas ante una mesa redonda, en un lugar hecho para hablar, es tan eterno y
puro que a veces duele. Habita en corazones complejos y en abrazos sinceros, de
esos que, como dice el de Úbeda, solo calan los que no se dan.
Con él había sufrido como nunca
hubiera imaginado, pero también había conocido lo mejor de la vida. Quizás la
mesa redonda entendía demasiado de cafés, de los que se toman mirándose a los ojos, diciendo lo siento, queriendo recuperar lo perdido. Con los ojos brillantes, por todos era fácil
aventurar otro café; otra cita entre mujeres que se habían prometido no fallar.
Por el momento:
un vozka con
hielo, por favor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario