Era una primera vez apasionante. De esas que hacen de la noche, una noche
de reyes de un niño inocente, nervioso por lo que se va a encontrar a
la mañana siguiente.
El invierno dejaba paso al mes de las mariposas y del sabor de los
chuchameles camino a la escuela. “Aí ven
o maio de flores cuberto”, cantaba Curros Enríquez.
Flores, eso fue lo que me encontré en aquel pequeño rincón. Y qué bello
olor. Las había de todo tipo y colores. Rosas, amarillas, margaritas y
geranios. Rojas y blancas. Orquídeas, tulipanes y narcisos. Y entre todas
ellas, tú. Un mundo en sepia.
De eses que solo los buenos fotógrafos aprecian. De esas que destacan entre
las flores con luz propia. Simple, como un trozo de papel impreso. Llena, como
solo la naturaleza lo está.
¡Ay, qué bonito es sacar de ti! Tanto valor dentro… Como esas fotografías
de los tesoros, también en sepia, que tanto guardan. Tesoros, digo abuelos.
El misterio del que todo el que quiere aprende.
Ellos, el jardín. Tú, la flor. Nosotros el sol, el agua y el
oxígeno.
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